Capítulo 4

Resistiendo la incertidumbre

Nur y Nahuel decidieron ir a buscar a los niños antes de seguir comiendo, Aurelio les indicó más o menos el camino y, mientras caminaban, Nahuel tenía tanto que decir que pensaba y pensaba, pero permanecía callado. Hasta que abrió su boca:


–Cuidado, Nur, porque esta gente repudia todo lo que tenga que ver con la tecnología o la vida moderna, tal vez son una tribu o una comunidad que se apartó de la sociedad urbanizada, se visten muy raro y tienen costumbres extrañas, encima vi un hombre que tenía un reloj pulsera de los de antes, no sé, era como… un modelo muy viejo, aunque en verdad el reloj no estaba viejo. Te pido que por cautela no enciendas tu pantalla, habla lo menos posible sobre nuestra vida hasta que nos vayamos de aquí. Y ni se te ocurra sacar una fotografía, que no sé en qué podría terminar si nos ven.


–De acuerdo –respondió Nur–. Pero me parece que esto es solo una fiesta, una celebración, como dijo Aurelio, lo que pasa es que están recreando tiempos antiguos, tal vez es una especie de conmemoración a sus antepasados. ¿Cómo podrían vivir sin tecnología? Creo que eso no se puede ya, piensa… no habría forma. Pero igual tienes razón, mejor no hablemos ni mostremos nada hasta no estar seguros de qué sea todo esto, se lo diré a los niños cuando los vea –acordó Nur.


–Seguimos sin señal y no sé cómo vamos a volver, Dios mío. ¿Qué hacemos? –suspiró Nahuel.


–No te preocupes tanto, acá no hay peligros de ningún tipo, no hay por qué temer. Además, esto es algo tan especial como extraño. Estoy segura de que, si lo cuentas, ¿quién te lo iría a creer? Busquemos a los niños y vayámonos –dijo Nur con tranquilidad.


–¡Nuestro coche no arranca! –le recordó Nahuel.


La conversación fue interrumpida cuando pudieron acercarse más a la parte de juegos. A cada paso, el corazón les latía más fuerte.


–¡Cómo puede ser que jueguen a esto! ¡Mira, una cometa! –dijo Nahuel.


–¡Estos juegos ya eran viejos cuando yo era niña! –agregó Nur maravillada y añadió–: ¿Qué es esto, Nahuel…? ¡¿Qué es esto?!


–Hace muchos años que no veo una cometa, tiene forma de estrella y qué grande es, pero ¿los niños dónde estarán? Este campo es inmenso –dijo Nahuel.


–Tranquilicémonos y busquemos –dijo Nur.


Mientras caminaban, se metieron en un camino de unos gigantes y hermosos árboles de vívidos troncos coloridos. Creyeron que eran árboles pintados a mano. “Qué bien hechos que están, qué bella obra, qué hermosos”, repetían a cada nueva mirada. No supieron que era un camino de eucalyptus deglupta, una llamativa especie, también conocida como los “árboles arco iris”. No se enteraron de que, en verdad, esas coloridas tiras desparejas en la corteza del tronco (púrpuras, verdes, azules, amarillas, naranjas y rosas) eran, en realidad, una obra de la naturaleza. La escena fue tan acogedora que se tomaron de las manos sin pensarlo y caminaron como novios enamorados.


Al salir del paseo, vieron varias rondas de niños haciendo juegos incomprensibles para ellos, algunos tenían zapatos o botitas de cuero o alpargatas de tela. La mayoría con pantalones bermudas que les llegaban hasta las rodillas, todos lisos, y algunos con camisetas a rayas. En esto no había tanta diferencia con la vestimenta que ellos lucían, aunque era diferente tipo de ropa, también la ropa de ellos era lisa y no llamaba mucho la atención, con colores opacos y sobrios. Se quedaron mirando un rato una competencia de palo ensebado, que resultaba muy entretenida, muchachos pequeños y grandes se esforzaban con ímpetu por trepar el palo, pero caían y caían deslizándose por el tronco enjabonado hacia el piso. El organizador gritaba: 


–¡Vamos, debiluchos! ¡Quien agarre el paño en la punta del palo se llevará un camión de chapa! 


Ya todos los participantes habían intentado sin éxito subir a la punta para tomar el paño. La ronda comenzaba de nuevo y los dos primeros pasaron sin poder llegar ni a la mitad, pero preparándose el tercero, un niño de unos once años, de músculos fibrosos y delgado, tomó ímpetu y abrazó con habilidad el palo entre sus piernas. A su vez, se aferró con las manos en la posición más alta que pudo y con todas sus fuerzas fue escalando lenta y forzosamente, hasta que al llegar a la punta resbaló y quedó agarrado como garrapata sin poder moverse. Un movimiento en falso y caería. Entre gritos de aliento y abucheos, se quedó inmóvil midiendo el movimiento. Sin intentar trepar más, ni tampoco dejar deslizarse, solo realizó un último sacudón hacia arriba, lanzó su brazo con rapidez magistral hasta donde estaba el pañuelo blanco y cayó al piso. Cayó con el pañuelo en la mano. Se acercaron sus amigos y lo aclamaron arrojándolo hacia arriba; al terminar el festejo, le entregaron su camión de chapa.


Pasado un buen rato, luego de Nur y Nahuel apreciar varios juegos, el lugar se fue despejando, porque todos iban a comer y venían los padres a buscar a sus hijos. Lo último que se quedaron observando fue una competencia para tirar latas apiladas en forma piramidal sobre una mesa. Le arrojaban con fuerza unas pelotas de trapo detrás de una raya marcada en el piso, desde unos tres metros, e intentaban no dejar latas paradas. Quien volteara todas las latas de un solo tiro se ganaba un pequeño caballo de madera pintado a mano de color rojo y verde, que además poseía ruedas.


En pocos minutos más, al no poder dar con sus hijos, el pánico invadió a Nur y esta contagió a Nahuel. Se agitaron, pero no de cansancio; los niños no aparecían. Comenzaron a preguntar a la gente describiendo a los niños, pero nadie los había visto.


–¡Esto ya es una pesadilla! Nahuel, por favor, haz algo. ¿Dónde están los niños? –desesperó Nur.


En ese momento, fueron observados por algunas personas que iban caminando y no se animaban a encender su visor para ver si podían llamarlos, aunque igual hubiera sido inútil porque aún no existía señal de red. La impotencia crecía a cada minuto, miraban y miraban, caminaban, pero nada. La gente que organizaba los juegos ya estaba guardando las cosas para ir a almorzar. No sabían con quién enojarse, no podían acusar a nadie, la situación era asfixiante.


–Parece que no están aquí, ¿se habrán ido a otro lado? ¿Estarán con alguna familia? –razonó Nur y se enfocó en unas lomas lejanas donde había un camino de tierra bien definido entre los pastos y arbustos. Este camino le desató aún más el pánico, incrementó su imaginación de forma fantasiosa con pensamientos negativos. Imaginó que, tal vez, los niños se habían ido por allí para buscarlos a ellos o podría ser también engañados por alguien que los haya llevado por ese camino, creyó que quizás estarían secuestrados en alguna casa aledaña, o bien, que estarían vagando entre los bosques perdidos, llenos de peligros.


Nur señaló el camino que se veía de lejos a Nahuel y dijo:


–Tal vez, están allí del otro lado, vamos a ver.


–¿Por qué ahí? Es muy lejos, no lo creo, ¿para qué irían? –refutó Nahuel. 


–Sí, hay que ir igual, no podemos quedarnos acá. –Y se largó a llorar, Nahuel la consolaba, pero estaba más perdido que ella, él recordó los días que estuvo en el hospital con una crisis aguda de estrés. Resistía la idea de que esta situación lo terminaría llevando de nuevo allí, intentaba calmarse y autoconsolarse, pensando que esta gente era muy buena y que no podría hacerle nada malo a los niños. Pero, a su vez, se sentía ingenuo al pensar así, por lo que se inició un círculo vicioso en su mente, que se repetía sin parar, y las manos le comenzaron a sudar fuertemente. 


En esto, Nur no aguantó más y se lanzó a correr con toda su velocidad hacia ese camino en la loma, que no sabía ni a dónde conducía. Nahuel la llamó gritando. Y cuando ya le sacó varios metros de ventaja, no tuvo más opción que correr tras ella. Nur avanzó todo ese tramo sin pausa, corrió varias docenas de metros, hasta llegar a donde iniciaba el camino de tierra que subía por la loma. Nahuel casi la alcanzó allí donde comenzaba la subida, que no era muy empinada, aunque por el cansancio les costó bastante a los dos. En el atropello, Nahuel pudo tomarla de un brazo, ella se soltó y siguió hasta llegar a la cima donde dio unos cuantos pasos más y se detuvo. Nahuel avanzó ya muy agitado y llegó a su lado. Ambos quedaron callados frente a su nueva sorpresa, parecía como un cuadro pintado, un espectáculo violeta que estalló ante sus ojos. 


Se trataba de un extenso campo de lavanda en flor. Encantaba, intensificado por su penetrante, exquisito y vivificante aroma que hacía rebosar de alegría el corazón. Se encontraba separado geométricamente por surcos que lo dividían en muchas partes iguales. A este shock sorpresivo, se le agregó un shock de belleza. El encontronazo de emociones y adrenalina que soportaron en este momento solo lo pueden comprender aquellos que experimentaron cosas semejantes.


Estos campos se encontraban en su máximo florecimiento, por eso, era el mejor momento para apreciarlos, más aún, si uno no tiene idea de que, de súbito, vaya a contemplar semejante escena.


Al cabo de unos pocos minutos, el aroma que penetró hasta el fin, lo maravilloso de este lugar y la brisa tan acogedora parecieron darles una mano para calmarlos. Nur entró en razón y al fin se calmó, Nahuel se dio cuenta y no necesitó persuadirla más.


–Ya los encontraremos –reflexionó Nur.


–Sí, y en última instancia podemos pedirle a don Aurelio que les avise a todos sus conocidos y se haga una red de búsqueda para encontrarlos. De verdad, aquí nada malo podría sucederles. –Y, poniendo su mano en el hombro de Nur, concluyó–: Ellos están bien.


Akiro y Muri solo querían aprender esos juegos tan nuevos y desconocidos para ellos, continuaban más excitados a cada paso en estos imparables descubrimientos. Niños en ronda cantando y sentándose rápidamente, otros jugando con grandes trompos de madera e incrustaciones coloridas. Competencias de saltos en soga, caminatas con las manos haciendo equilibrio cabeza abajo. Niñas haciendo el pino o medias lunas.






Más lejos, donde estaban las lomas, había niños más grandes tirándose en una especie de carro hecho con una tabla de madera de base, sogas para agarrarse y ruedas de rulemanes. Se tiraban desde las puntas más empinadas y, con mucha velocidad, terminaban algunos ilesos, pero otros, desparramados en el suelo. En otros grupos, hacían competencias de tiro al blanco con gomeras. Felisa y su hermano Jorge ya tenían que irse a comer, les avisaron a sus nuevos amigos que podrían verse más tarde y se fueron.

Akiro, en ese momento, se enteró de que no sabría dónde ir ahora, pero mirando en toda dirección le indicó a su hermana que lo siguiera. Al dar unos pasos, descubrieron algunos juegos nuevos, se detuvieron y luego continuaron sin saber bien a dónde dirigirse. Ya todos estaban acomodando las cosas para abandonar el lugar y volver más tarde, por lo que esa parte del campo poco a poco se estaba quedando vacía. Akiro en su corazón inauguró el peso de la responsabilidad como hermano mayor, en ese momento observó el rostro de Muri (que no se dio cuenta de que la miraba) y descubrió que nunca había advertido las suaves y delicadas pecas que salpicaban escasamente su rostro. Pudo verlas bien ya que solo se podían apreciar así bajo la luz del sol. Atisbó cada rasgo de su cara descubriendo detalles nuevos, sus labios como frambuesas, sus ojos color miel, sus pestañas grandes y su piel blanca y rosácea por el calor. En ese momento, también recordó con remordimiento cuando la hizo perder en su juego del castillo en la plataforma. Era la primera vez que se hallaban solos tanto tiempo, sin sus padres y perdidos. El sentimiento de desprotección incrementaba el valor de Akiro y, a cada paso, su apatía de niño despreocupado desaparecía. Ya no quedaba casi nadie haciendo juegos. Observaban de lejos cómo la gente se iba reuniendo para comer, saludándose con abrazos y risas. Akiro luchó con su orgullo y dijo:


–Muri, te quiero pedir perdón por hacerte perder el juego del castillo, sé que era importante para ti y a mí no me importó, ¿me perdonas?


–Mmm… te perdono, pero solo un poco –dijo pensativa–. Te perdonaré del todo si me consigues un balero para mí.


Akiro, sobresaltado, solo dijo: 


–¡Sí, claro! Te lo conseguiré.


Luego de un silencio algo incómodo, Akiro pensó en voz alta: 


–Lo único que se me ocurre para encontrar a papá y mamá es recorrer todo este lugar de punta a punta. 


Sabían que sería desgastante. Y al encaminarse hacia el gentío para iniciar el camino, una de las personas que habían sido consultadas por Nur cuando preguntaba por los niños perdidos se percató de que eran ellos los buscados. Los detuvo y les preguntó si estaban con sus padres. Les indicó hacia dónde habían salido en su búsqueda. De lejos, Nur y Nahuel volvían hacia el área de juegos y ya se podía ver a los niños que se encaminaban al mismo punto. El bamboleo particular de Akiro al caminar, aun desde lejos, pudo ser reconocido por Nur, que otra vez salió corriendo sin aviso. Nahuel, a esta altura, ya no se sobresaltaba tanto, se dio cuenta de lo que pasó y salió a correr otra vez.


Se abrazaron y Nur no pudo más contener las lágrimas, Muri apenas se daba cuenta de lo que pasaba. Luego de reconveniencias y retos con tono severo (pero sin severidad), se fueron en busca de don Aurelio.


Aún Nahuel y Nur no habían podido hablar tranquilamente de lo que harían para regresar, ni de cómo solucionarían los inconvenientes con su automóvil y demás. En el camino, no fue la excepción. Los niños con mucho entusiasmo contaban todo lo que habían visto y jugado; por lo que resultaba muy difícil interrumpirlos con una noticia de “problemas”. La expectativa no menguó ni un momento, sobre todo por los juegos que vendrían luego del almuerzo. También había entretenimiento para grandes, pero esto ninguno de ellos lo sabía.


Al acercarse a la zona de las comidas, dieron con Aurelio y quisieron explicarle lo que pasó, pero Aurelio se les anticipó con una sonrisa en su rostro y dijo: 


–Vengan conmigo que tengo algo especial para ustedes; con la familia Sorter acabamos de hacer un intercambio de comidas, es la primera vez que trato con ellos y realmente hacen unas recetas de pescados a la parrilla fenomenales, ellos vienen de varias generaciones de pescadores y no pueden perderse esto. –Mientras tanto, se encaminaban a una mesa que había sido preparada por las familias que intercambiarían comidas. 


Nahuel, en este lapso, ya quería darle una solución a su problema, y pidió hablar con Aurelio algo apartados de los demás para no parecer un aguafiestas. 


–Don Aurelio, mire, quiero solucionar algunos problemas, tengo que ver cómo saco mi vehículo que quedó atascado. 


Aurelio parecía no prestar atención, ya que no lo miraba a los ojos mientras hablaba, pero luego de darle una palmada en su espalda y mirarlo, lo alentó: 


–No se aflija por eso, mi amigo, ¡esos no son problemas! Problemas son otra cosa, ya lo solucionaremos, solo disfrute de este momento. –Al instante, Aurelio se apartó con una sonrisa para encaminarse hacia otra mesa.


Luego de conocer a varias familias y deleitarse con todo tipo de manjares artesanales, cosas asadas y recetas exquisitas, ya estaban más que satisfechos. El festín que se dieron ese día con las comidas quedó en sus memorias para siempre.

El espíritu agreste y aventurero poco a poco se estaba desatando en los forasteros de Llano de Paz. Ya no tenían tantos miedos, ni sobresaltos. Ni siquiera les venía a la memoria su cómoda y enviciada vida de ciudad.

Capítulo 5: "Jorge y Akiro se van solos"



ÍNDICE - Akiro y una puerta en el viaje

Comentarios